viernes, 8 de enero de 2010

Corre, Rocker. (23)


Resulta, después de todo, que la esencia de la vida y el conocimiento intelectual no es otra cosa que la belleza de las causas perdidas, de los viajes que nunca llegan a conquistar su punto de destino. Ese se nos aparece como el componente principal del extraño viaje humano, el cual, al poco de empezar desde el momento en que nos espera un destino geográfico y no un estado es la burda maniobra de distracción con la que hemos pretendido en Occidente eludir la desapacible idea de la putrefacción.
El consuelo que nos ofrece la vida es el de su propio discurrir. Es lo bastante apasionante a condición de hallarnos dispuestos a enamorarnos del milagro de la percepción, comprensión y análisis. De esa manera las mañanas son siempre nuevas y sorprendentes; vivimos en un país con la perpetua bendición del sol, y eso ayuda. Bajo estas luces, la tosquedad del ser humano brilla resplandeciente: con sus incapacidades, su idea exagerada de sí mismo y sus ambiciones sobrehumanas, es difícil que pueda valorar el lado luminoso de todo el conjunto de sus pequeñas groserías. Es una pena, pero así debe ser o, más bien, no queda más remedio que así sea. Abandonamos, pues, el lecho de buena mañana con una ilusionada curiosidad por ver qué nuevas desgracias nos traerá el día.

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