Diego Manrique era un tipo perceptivo y cachazudo. Se fijó en un verso de la canción "Siempre libre" en el que yo mismo me autocalificaba de "anarquista de salón". Me preguntó si no era una muestra de cinismo. Aquel día no encontré las palabras, pero una especie de piececita oculta percutió en el mecanismo de la reflexión. En realidad no se trataba de cinismo, sino de la retransmisión en directo de mi propia perplejidad. Uno pretende escribir declaraciones nihilistas e inevitablemente le surge un paisaje más complejo. Si algo me hace concebir esperanzas sobre poseer el talento multicolor del verdadero artista, son esos tropiezos a la hora de escribir panfletos. Tal incapacidad me cierra las puertas de una posible carrera como artista político, esa entusiasta y lucrativa versión intelectual del funcionario paniaguado. Bien mirado, es una pena. La vida sería tranquila y yo tocaría cada año en el mismo espacio público siempre que los míos ganaran las elecciones. No tendría que esforzarme demasiado. No hay nadie que haya nacido con más vocación de corrupto que yo. Lástima de inevitable temperamento.
jueves, 7 de enero de 2010
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