lunes, 25 de noviembre de 2013

martes, 7 de mayo de 2013

Contra las patrias. (22)


Hubo cierta vez un país, llamado por unos "España" y por los técnico-cursis acomplejados "Estado español", que salió por fin de una vieja dictadura y soñó con hacer política en libertad. Pero todo quedó reducido al simple y mísero triángulo persecutorio. Aquí no hay más remedio que ser demócrata, golpista o terrorista. Pero lo malo no es este abreviamiento escandaloso de las posibilidades de opción, sino el que cada uno de esos tres papeles no tenga otro contenido que su exclusión de los otros dos. Así, por ejemplo, ser demócrata viene a consistir exclusivamente en no ser golpista ni terrorista, y nada más. ¡Qué pobreza! Como es obvio, dado que cada uno de los tres modelos políticos subsiste gracias a los otros dos, todos se repudian estentóreamente en público y se reclaman con complicidad inconfesable en privado. Por lo demás, su tarea estriba tan sólo en hostigarse. El terrorista azuza al demócrata para que ésie libere al golpista que lleva dentro, el golpista le zurra al demócrata porque le supone culpable de las fechorías del terrorista y el demócrata persigue al terrorista, mientras deseperadamente le hace señas disimuladas y le susurra, señalando con discreción al golpista: "¡Quieto, so bruto, que nos están mirando!".

Contra las patrias. (21)


Las autonomías han sido una fórmula política que se propuso en primer lugar dos objetivos y luego asumió un tercero, difíclmente compatible con los anteriores. Por un lado, la articulación autonómica pretendió reparar el abuso histórico que se había hecho contra la lengua y la identidad de países tan caracterizados tradicionalmente como Vascongadas o Catalunya, y también engarzar el autogobierno de estas áreas de manera positiva en el conjunto de la política nacional; pero también se quiso después contrarrestar esta particularidad ominosa entendiendo la conciencia nacionalista allí donde jamás había habido otra identidad nacional que la española y limitar por medio de una proliferación salvaje de las autonomías el alcance o la relevancia efectivas de ninguna de ellas. Que el invento salió mal, a la vista está. La querella antiespañolista sigue presente como antes en Euskadi o Catalunya, aunque desde luego con muy diversa agresividad de perfiles; pero, además, ahora hay parvenus al nacionalismo que atribuyen a incomprensibles patriotismos mancillados los agravios comparatvos de la Administración central y se comportan miméticamente como aquellos hombres-oso o mujeres-cebra embarazosamente mestizos de "La isla del Doctor Moreau" de H.G. Wells.

Contra las patrias (20)


Deploro el nacionalismo como una de las peores enfermedades políticas de nuestro siglo, sin cuya curación o alivio es difícil imaginar cualquier profundización del proceso democrático. Admito -como todo el mundo, por lo visto- el derecho a la autodeterminación de los pueblos, pero tengo mis reservas en cuanto a lo inequívoco de las palabras "derecho", "autodeterminación" y "pueblo". Por otro lado, creo que no es necesario compartir la pasión nacionalista para apoyar el derecho a su más libre expresión, lo mismo que no es preciso ser creyente para reivindicar la libertad religiosa. En el caso concreto de España, prefiero un sistema democrático, con libertades garantizadas y aspiración efectiva a la justicia social, sea cual fuera su simbología nacional o la articulación de sus partes, que cualquier concepto místico de la nación que me pueda obligar a vivir en una sucursal de Chile o de Albania. El fenómeno nacionalista sólo me preocupa en cuanto pueda facilitar o impedir la efectiva libertad política del Estado en que vivo y nada más que por eso.

miércoles, 17 de abril de 2013

Nada por la patria. (15)

No se olvide que en aquel momento, con la excepción parcial y vacilante del PP, la fórmula nacionalismo catalán engloba todo el arco parlamentario de Cataluña. Convergència se define como nacionalista y Unió o Esquerra Republicana de Catalunya por supuesto tanto o más, pero es que el PSUC (subsumido ya en una denominación tan desprovista de significado como Iniciativa per Catalunya) e incluso el PSC (PSC-PSOE) -esta es su risible ristra de siglas- también se declaran nacionalistas. Sin vacilaciones. Con convencimiento, y que Ángel González sepa perdonar un uso tan vil de su bella palabra. El nacionalismo no se cuestiona. Es un asunto de fe, como que Dios es Cristo o que su madre era virgen. En las cúpulas de los partidos, recuérdese: por algo sus dirigentes, en la derecha como en la izquierda, provienen casi todos de buenas familias nacionalcatólicas de siempre (del nacionalcatolicismo catalán, of course, que en todas partes cuecen habas). Otra cosa son las bases, sobre todo las del PSC, donde se va incubando una rabia áspera e impotente: ellos, los castellanos pobres, son más, pero los que mandan en el partido son los catalanes ricos, y los catalanes ricos dicen que el nacionalismo es sagrado y punto.
No se olvide tampoco que en 1992, desaparecido el casi testimonial Diari de Barcelona, cuando se dice medios se está diciendo prácticamente todos los medios: todas las cadenas de televisión públicas y privadas -la TV3 del pujolismo, sí, pero también la TVE Cataluña del felipismo-; todos los diarios desde AVUI hasta La Vanguardia pasando por El País, El Periódico y la prensa comarcal en bloque; todas las emisoras de radio, incluida y acaso sobre todo la Ràdio 4 controlada por el gobierno socialista. Una excepción: la COPE de los obispos, y quien sepa atar esta mosca por el rabo que se trague la hostia consagrada sin hincarle el diente.

Nada por la patria. (14)


Para que lo entiendan los americanos, que son los que conviene que entiendan las cosas. Castellanohablante es a castellano lo que afroamericano es a negro. Y un castellano, con o sin su fijación eufemística, viene a ser en Cataluña lo que un negro en Alabama. o, para buscar el parangón en la propia sociolingüística y con el mismo idioma como protagonista, un castellano en Barcelona viene a ser lo que un hispano en Nueva York.

Nada por la patria. (13)


Los enseñantes y los periodistas saben que algunos entre los más osados ya se han ido, han sido tiroteados o morirán pronto arrinconados en un asilo para viejos locos enfermos. Saben que muchos están abjurando y que casi todos se resignan a un futuro de jaulas pequeñitas, pintorescas, dentro de la gran jaula asimilacionista poblada por el pensamiento único y monolingüe a efectos emblemáticos.
Los periodistas y los enseñantes saben todo eso y más. Saben que Cataluña no es ya que sea un oasis sino que es un mundo feliz huxlesiano, el Seahaven de Truman, una Pleasantville que ellos están edificando desde aquel 1984 de Orwell y aun antes. Lo saben pero, claro está, callan. ¿Cómo va a decir el mayordomo que su amo es el asesino? Se ha dicho y se seguirá diciendo, en un intento acaso desesperado de aplicar al texto impreso la técnica audiovisual de la redundancia: el espectador no es un escuchante sino un oyente, provisto por lo general del mando a distancia que le pemite, sin moverse de su butaca, zapear. Al lector le basta con las manos desnudas, que tienen más poder sobre un libro que el mando a distancia sobre una pantalla: releer, volver atrás, subrayar, saltarse páginas, tirarlo al fuego como Carvalho.

¿Es Mariano Rajoy presidente de un partido democrático?


El artículo 6 de la Constitución Española dice: "Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política. Su creación y el ejercicio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constitución y a la Ley. Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos.
Un partido cuyo presidente es elegido por su antecesor, convirtiendo su ratficación en una mera "fictio iuris" formal, no tiene, obviamente, una estructura interna y un funcionamiento democráticos.

jueves, 11 de abril de 2013

Nada por la patria (12)


De esa transformación sutil e insidiosa apenas se da cuenta la gente. De eso se trata. Solo los enseñantes y los periodistas saben -no ya porque estén en el ajo sino porque sin ellos no habría ajo- que la manada de los rinocerontes crece día a día y que las demás especies, si no emigran, pronto se verán ante la disyuntiva de engrosar el rebaño abjurando o reunirse los sábados en jaulas tan pequeñas como las de los indios americanos de las reservas de Tennessee, que llamarán centros regionales y en las cuales podrán tomar fino La Ina y bailar sevillanas con bata de cola color verde Andalucía.Nada por l a

lunes, 8 de abril de 2013

Contra las patrias. (19)

Por supuesto que no cabe dudar de los derechos de tales lenguas a ser defendidas y prioritariamente promocionadas en sus respectivas áreas, de modo que se corrija el desequilibrio que privilegió durante demasiado tiempo al castellano en su detrimento. Pero en ocasiones cabe sospechar que el énfasis en su promoción es más político que cultural y que, en ciertos casos, se las defiende más por lo que tienen de obstrucción a la comunicación con el resto del Estado que por su carácter propiamente lingüístico, es decir, comunicacional. Toda lengua es esencialmente pacífica, humanizadora, y ésta es la parte de espíritu que hay realmente en ella: convertirla en arma es mutilarla de lo más propiamente libre y noble que encierra en su propósito. Tan miserable es el castellanista a ultranza que aconseja a los catalanes o vascoparlantes que aprendan inglés porque es más útil que su idioma propio -como si tal utilidad fuera el único propósito de la cultura y de la lengua-, como quienes ven en su lengua materna o adoptada una herramienta para separar a conciudadanos que por mil condicionamientos históricos tienen razones y derechos para estar juntos. Mi amigo Juan Aranzadi designó a este uso de las lenguas vernáculas con la denominación de "afirmación heráldica" en un encuentro habido en Gerona sobre qué es dejar de ser España, con tanto acierto por su parte como escándalo entre quienes no lograron o quiseron entenderle.

Contra las patrias. (18)


La exaltación patriótica (inducida) de los mil y un nacionalismos urgentemente prefabricados anteayer y que dan de comer provechosamente a tanto cacique y a tanto político corrompido. Viendo éstos la rentabilidad de la disidencia, no cesan de buscarse más o menos grotescas señas de identidad, exhiben mutilaciones sufridas en su oprobio colonial hasta hace poco no presentido y fomentan por todos los medios a su alcance un perpetuo afán bélico de todos contra todos en el que depositan su esperanza de medro político.

Contra las patrias. (17)


Una última palabra, desde la reflexión ética. En su libro "la paradoja de la moral", Vladimir Jankélevitch habla de ser fundamentalmente evitado por el proyecto ético. La prosopolepsia (del griego prosopon, máscara) es un error denunciado en diversos textos neotestamentarios, que consiste en conceder importancia primordial a alguna de las máscaras de la identidad humana en lugar de reconocer aquello verdaderamente humano, la libertad que nunca puede identificarse sin cristalizar en cosa muerta. La máscara nacional es una de las fabricadas por la libertad humana, que gusta de darse forma y de crear los símbolos de su arrogancia o de su demanda; el patriotismo es el entusiasmo puesto al servicio de esta máscara, a veces tan noble y a veces tan obcecado y letal como cualquier otro entusiasmo. A diferencia del cruel De maitre,la ética conoce al hombre y no al francés, al italiano o al ruso. Es decir, conoce al hombre y su opción libre en el francés, el italiano, el ruso o el apátrida. Respeta la diversidad sin la que no habría más que un solo y totalitario dominio, pero mantiene intacto el ideal de universalidad que rescata a la virtud de ser instrumentalizada por una u otra estrategia de poder. Porque todas las víctimas del patriotismo son víctimas de un malentendido y de un absurdo del que a fin de cuentas sólo unos cuantos -los más brutales- sacan auténtico provecho. Y las víctimas deben ser respetadas, honradas, compadecidas; pero el ídolo al que fueron inmoladas no merece más que uno cuantos certeros golpes de piqueta.

Contra las patrias. (16)


Me parece que la izquierda actual no deplora con suficente intensidad la presente decadencia del internacionalismo. Quizá no haya habido nunca otro ideal tan auténticamente progresista como éste, verdadero descenso a la tierra del celestial propósito de fraternidad cristiana. Nada tiene que ver el internacionalismo revolucionario con la homogeneización multinacional y estandarizada de las diferentes comunidades. Porque tan nacionalista (y por tanto reaccionario y oscurantista) es quien no reivindica su diferencia más que para edificar un estado sobre ella como quien sostiene un Estado para aplastar las diferencias. Ser internacionalista es estar racionalmente convencido de que la división en naciones -que no tiene nada de "natural"- no hace sino impedir la emancipación humana y que el mito patriótico-nacional sirve siempre para legitimar en el poder a la oligarquía más abyecta y rapaz. A esta regla no se conocen excepciones. Por desgracia, la izquierda se ha acomodado con desoladora facilidad al lenguaje nacionalista.

lunes, 25 de marzo de 2013

Nada por la patria. (11)


Uno ha advertido que no se remontará, por lo menos no de modo sitemático, a la prehistoria tardofranquista para rastrear los origenes de la autoinmolación de la izquierda española en beneficio de los nacionalismos periféricos, conservadores o violentos -ambas características no solo no se excluyen una a otra sino que se necesitan- aunque eso sí siempre de derechas como todo nacionalismo. Bastará cerrar de momento la cuestión trayendo hasta aquí una sintesis bastante lúcida de César Alonso de los Ríos, comunista en su día y redactor-jefe en el cuando entonces de Triunfo, el semanario emblemático de la progresía: "En Cataluña la afirmación nacionalista iba a vaciar al Partido Comunsita. Así que lo que se sacó de exaltar a los movimientos nacionalistas -pacíficos y violentos- fue más la disolución de la idea nacional española que la desaparición de Franco."
Si uno lo ha entendido bien -aun preguntándose por qué César Alonso no lo expresó con mayor claridad-, la desaparición del franquismo resultaba subsisdiaria en el oasis catalán, pues lo sustancial era la difuminación de España y el nacimiento de una nación: Cataluña. Este ha sido desde el protofascista Prat de la Riba, desde el obispo integrista Torras i Bages, el propósito del catalanismo, cuyos servicios de propaganda atravesaron la dictadura y la santa transición intentando convencer al personal de que la guerra civil no fue una guerra de fascistas (nacionales) contra republicanos (rojos) sino de España contra Cataluña. Lo cual es manifiestamente falso, y por ello resulta increíble que la izquierda se metiera hasta el cuello, como un pobre conejo tonto, en una trampa tan burda.
¿Increíble? si se descarta la hipótesis de que la izquierda en bloque fuese subnormal e incurriese en complicidad involuntaria, solo queda otra, que ya se apuntó, pero Stanislawski advertía que nunca se repite bastante la idea núcleo de una obra: la presunta izquierda no era tal, puesto que no es ya que aceptase, sino que reivindicaba el nacionalismo. Catalán, eso sí. La posible tercera hipótesis -que la izquierda sirviera al nacionalismo para obtener prebendas en lo que Josep Tarradellas definió como dictadura blanca pujolista- es, en la mayoría de los casos, o así lo cree al menos este periodista, un apéndice orgánico indisociable de la segunda. Joindre l´utile à l´agréable diría uno en francés. "Las conviciones nobles suelen coincidir con los nobles intereses" sería una manera de expresarlo más propia del catalanismo cebolludo de siempre, siempre tan melifluo y jesuítico como ciertos personajes de Jacinto Benavente, premio Nobel aunque español.

Nada por la patria. (10)


Ese clima, exactamente ese, era el que impregnaba la Barcelona de 1992 no mucho después de las Olimpiadas donde un hijo de Jordi Pujol había hecho una carrerilla pública portando un "Freedom for Catalonia" -en inglés, of course: todos los mensajes que aspiran a salir por las pantallas del mundo deben redactarse en inglés-; las Olimpiadas internacionalísimas repletas de músculo farmaceútico donde los independentistas queriendo boicotear a los reyes habían logrado que el público del estadi se lanzara a vitorear a España y a sufrir por ella como hacía tiempo que no se veía en Cataluña. El público, sí, municipal y espeso, en el anonimato multitudinario y amniótico del Estadi. Pero después, uno a uno, por la calle, en el trabajo, todos esos individuos que juntos y revueltos conformaban la multitud española volvían a estar asustados, todos aceptaban la hegemonía nacionalpujolista que habían ido construyendo políticos y periodistas, suqueros y escoltes, nadie de aquella furia española que rugió poderosa en Montjuïc.

jueves, 21 de marzo de 2013

Contra las patrias (15)


A partir del siglo XVIII, ningún movimiento importante en lo político, lo religioso, o lo cultural ha dejado de estar vinculado de un modo u otro al nacionalismo. Cualquier idea o propuesta colectiva, para alcanzar verdadero arraigo popular, parece necesitar el apoyo de las andaderas nacionalistas. Ha habido nacionalismos integristas y revolucionarios, emancipatorios y colonialistas, religiosos y profanos (aunque, en cierto sentido, importante, todo nacionalismo es religioso), refinados y simplistas, vanguardistas y ultratradicionales, racistas y antirracistas... En ocasiones, el nacionalismo ha despertado lo peor del Estado, y en otros momentos ha rescatado lo mejor. Pero de uno u otro modo, el patriotismo ha seguido acumulando víctimas.

Contra las patrias (14)


En sus "Acotaciones" observa Benavente: "Todas las madres y todas las patrias nos quieren pequeños para que seamos más suyos. La diferencia es que la madre llora ya acaricia; la patria detiene y castiga". Virgen inmaculada y expuesta en la picota al asalto de los lujuriosos dragones enemigos, la patria es también madrastra represora. En cualquier caso en su regazo hemos de hacernos pequeños y balbucientes, acríticos, incapaces de distanciamiento o réplica. Un político español del siglo pasado ya dejó dicho que la patria, como la madre, no es buena ni mala, sino nuestra. No hay mejor modo de condensar en pocas palabras la obcecación de un mito y aprovechar el naturalismo de un instinto para fundar el apego a una institución histórica, es decir, convencional. "La patria hay que sentirla", "quien la discute no es un bien nacido", "su unidad es sagrada", etcétera, declaraciones rotundas destinadas a cerrar el paso a cualquier reflexión sobre una realidad cuya fuerza aunadora consiste en no soportarlas, en rechazarlas de antemano todas. Y es que la razón es disolvente, particularizadora, individualizadora; es un instrumento que cualquiera puede utilizar sin esperar el permiso de la autoridad competente ni someterse al último grito unánime de la multitud aborregada; y es también una instancia difícil de sobornar, que reclama pruebas y confirmación empírica, o al menos verosimilitud lógica, a los grandes lemas que se vociferan ante ella. En una palabra, la razón es la tarea del adulto y conviene mal al patriota, cuya condición -por muy feroz que sea al exteriorizarse- exige aniñamiento y puerilidad. Hijo, me matas a disgustos, que díscolo eres: toma ejemplo de tu hermanito, que es tan bien mandado y tan formal...

Contra las patrias. (13)

Esta necesidad de oposición y hostilidad nos lleva al corazón mismo de la idea nacional, que es el enfrentamiento. Puede haber nacionalismos conciliadores y nacionalistas sinceramente solidarios con los problemas de otros pueblos, pero el mito de la Nación es agresivo en su esencia misma y no tiene otro sentido verdadero que la moovilización bélica. Si no hubiera enemigos, no habría patrias, queda por ver si habría enemigos en el caso de no haber patrias... la nación se afirma y se instituye frente a las otars: su identidad propia brota de la rebelión contra o de la conquista del vecino. Buena prueba de ellos es el mecanismo paranoico de autoafirmación patriótica, que lleva a inventar una Antipatria como límite y definición de cada patria. La primera y fundamental anti-patria es el extranjero, el bárbaro hostil; por extensión, cualquiera que en el interior de la comunidad disiente de la identidad establecida y objeta con su conducta o sus ideas contra el retrato-robot del perfecto individuo nacional. Sin antipatria no hay tampoco patria imaginable ni cada particular podría hacer por la suya esos "sacrificios" que según María Moliner le certifican como patriota. Por ello el auténtico nacionalista y el auténtico patriota, en cuanto que vivan para su sentimiento de identidad grupal, nunca se avendrán a reconocer que no están cercados o amenazados, nunca renunciarán a la sombra del imperio que quiere colonizarles, o del separatismo que amenaza disgregarles o del bárbaro que puede arrasar su cultura. Sin esos fantasmas familiares, perderían la certeza de saberse "nosotros"...

miércoles, 20 de marzo de 2013

Contra las patrias (12)


A fin de cuentas, todo su ser consiste en su deber llegar a ser... Dos anécdotas bufas, pero rigurosamente ciertas, confirman esta perspectiva. Por un lado, la del joven vasco, estrictamente castellanohablante por linea familiar, quien, mientras se esforzaba por aprender esukera, se me quejaba diciendo: Claro, tú nunca podrás saber lo que es haberse visto privado de la lengua materna desde antes de nacer...". Y también aquel nacionalista andaluz que, en un simposio sobre la identidad nacional de España, tras disparatar un rato sobre Al-ándalus Norte y Al-ándalus Sur, pretendió convencer a los oyentes de que la situación de Andalucía era más grave que la de Euskadi o Catalunya, pues "los vascos tienen el euskera, los catalanes tienen el catalán, pero los andaluces no tenemos lengua". El pobre hombre no quería decir que les hubiese comido la lengua el gato, sino que no tenían una lengua prohibida, una lengua desde la que oponerse y a partir de cuya persecución fraguarse su identidad.

jueves, 14 de marzo de 2013

Dedicado a los alcaldes y alcaldesas que no merecen serlo

No necesito sexo

¿Es posible la regeneración democrática?

Contra las patrias. (11)


La Nación no es una esencia platonizante ni una realidad histórica preexistente a la voluntad política de quienes la inventan,la organizan y, en muchas ocasiones, la imponen por la fuerza a los remisos. De aquí la frecuencia con que los mayores nacionalistas, los líderes teóricos o políticos de los movimientos de afirmación nacional, provienen de las zonas límítrifes del país en cuestión, de sus márgenes, incluso abiertamente de fuera de él. Es en los litigios fronterizos, allá donde nada está demasiado claro y se reivindican derechos contrapuestos, cuando la nación se autoinstituye con la fuerza de lo arbitrario, de lo que debe quedar definitivamente zanjado. Isaiah Berlin dedica una brillante página a este aspecto de la cuestión: "La visión que Napoleón tenía de Francia no era la de un francés; Gambetta llega de las fronteras del sur, Stalin fue georgiano, Hitler, austriaco, Kipling llegó de la India. De Valera era sólo medio irlandés, Rosemberg llegó de Estonia, Theodor Herlz y Jabotinsky, al igual que Trotsky, de los márgenes asimilados del mundo judío -todos ellos eran hombres de visión ardiente, ya fuera noble o degradada, idealista o pervertida, que había tenido su origen en heridas inflingidas a su "amour propre" y a su ofendida conciencia nacional, porque vivían cerca de las fronteras de la nación, donde la presión de otras sociedades, de civilizaciones extranjeras, era más fuerte-. Hugh Trevor-Roper precisamente ha advertido que los nacionalismos más fanáticos aparecen en centros donde las nacionalidades y culturas se mezclan, donde la fricción es más fuerte: por ejemplo, Viena, a la cual podrían añadirse las provincias bálticas que formaron a Herder, el independiente ducado de Saboya en que De Maitre, el padre del chovinismo francés, nació y creció, o Lorena, en el caso de Barrès o De Gaulle. Es en esas provincias remotas donde la visión ideal del pueblo o nación como debiera ser, como uno la ve con los ojos de la fe, cualesquiera que sean los hechos reales, se genera y crece fervientemente". ¿Habrá que añadir a esta contundente enumeración el nombre de nuestro arriscado teniente coronel Tejero, nacido en una de las provincias africanas españolas, o recordar que el nacionalismo vasco contemporáneo surge cuando la industrialización de Vizcaya atrae a trabajadores inmigrantes que rompen la homogeneidad cultural de la zona? La nación es el revistimiento mitológico de una ficción administrativa y se asienta precisamente en el desafío de dar por naturalmente fundada su convencional arbitrariedad.

Contra las patrias. (10)


Dos dogmas míticos subyacen a todo nacionalismo: primero que tal cosa como la "realidad nacional" existe antes de la voluntad de descubrirla y potenciarla; segundo que el derecho de autodeterminación política equivale en la práctica -y así de hecho se agota- a la posibilidad de fundar un Estado nacional independiente. Ninguna de estas dos estampas para sugestionables merece demasiado acatamiento. Es el nacionalismo el que inventa la nación, no la preexistencia de ésta la que origina aquel.

Contra las patrias. (9)


Con razón denominaba Rabindranath Tagore a la nación "un sistema de egoísmo organizado" y añadía: "La idea de nación es uno de los medios soporíferos más eficaces que ha inventado el hombre. Bajo la influencia de sus efluvios, puede un pueblo ejecutar un programa sistemático del egoísmo más craso, sin percatarse en lo más mínimo de su depravación moral; aún peor, se irrita peligrosamente cuando se le llama la atención sobre ello". El fastidioso y hueco "nosotros" del nacionalista es pura y simplemente una hinchazón retórica del más intransigente, rapaz e inhumano (aunque -ay- demasiado humano) "yo".

Contra las patrias. (8)

Os invito a leer un trocito del libro que publicó Fernando Savater en 1984.





Lo importante es, sencillamente, subrayar que, en sí mismo, el nacionalismo no tiene ninguna especial virtud redentora, ni tampoco es en toda ocasión signo de una lacra irracional entre las diversas opciones políticas. Y también es preciso aclarar que de ninguna manera hace falta compartir la vocación política nacionalista para reconocer el derecho de existencia y libre de expresión a ésta, lo mismo que no hace falta ser uno mismo religioso para tenerse por firme partidario de la logia, en cambio, el nacionalismo es ya mucho más discutible. En fecto, no se trata simplemente de creer en el derecho de cada "nación" a su autogobierno, pues el carácter mismo de nación o sus límites o lo que se entienda por autogobierno son conceptos que no pueden ser sin más establecidos sin una serie de presuposiciones que terminan por abarcar toda una concepción política explícita o implícita, toda una doctrina acerca de lo primordial en la vida y orden de la comunidad. Diríase que, en su fórmula más templada, el nacionalismo es algo así como un discreto conservadurismo que dice "a mí que me dejen con mi vida, con mi lengua, con mis costumbres y con mis propios errores o aciertos", es decir, no pasa de ser un rechazo de las injerencias foráneas; pero, en su expresión más extrema, el nacionalismo puede ser una ideología imperialista, racista y la mejor coartada para empresas bélicas criminales.

Contra las patrias. (7)


El término "nacionalismo" es mucho más reciente, y su origen no deja de encerrar también una notable paradoja. En efecto, si hemos de creer a Charles schmidt (citado por Bertrand de Jouvenel, vid. bibliografía), el término fue acuñado por el peridodista y librero Rodolfo Zacarías Becker, detenido en 1812 por Napoleón por actividades "pro-germánicas". Becker se defendió diciendo que la nación germánica no se componía de un Estado único, como la francesa o la española, sino que estaba repartida entre varios: imperio francés, Rusia, Suecia, Dinamarca, Hungría y hasta Estados Unidos de Ameérica. La lealtad a cada uno de estos Estados, que enlaza tradicionalmente con la "fides" germánica, es compatible con la preservación del amor a la propia nación alemana. Por decirlo con las propias palabras de Becker: "Este apego a la nación, que podría llamarse nacionalismo, se concilia perfectamente con el patriotismo debido al Estado del que se es ciudadano". Aquí puede verse que, contra lo que algunos quieren suponer, el término "nacionalismo" se inventa para designar un sentimiento de pertenencia étnica o cultural netamente deslindado de la adscripción estatal, hasta tal punto que uno puede ser -según Becker- nacionalista germánico y buen patriota francés o sueco. Evidentemente, el enraizamiento de la palabra en el lenguaje político moderno no ha conservado esta paradójica característica (quizá pergeñada a toda prisa por el pobre Becker para librarse de la severidad de su imperial carcelero). Hoy, ser nacionalista es tener vocación de fundar un Estado nacional: hasta tal punto que puede decirse que es el nacionalismo como proyecto y empeño quien causa la nación y no a la inversa. Por aportar una definición suficiente y contemporánea, citaré la de José Ramón Recalde en su impresindible libro "La construcción de las naciones": "El nacionalismo es una práctica de objetivos políticos y de contenido ideológico, que pretende establecer formas de autonomía para los miembros de una colectividad que titula nación". Puede complementarse con esta otra, maliciosa, de Arnold S. Toynbee, que indignaba a Ortega: "El espíritu de la nacionalidad es la agria fermentación del vino de la Democracia en los viejos odres del Tribalismo".

miércoles, 6 de marzo de 2013

Nada por la patria (9)


El miedo. El temor razonable. La difamación velada. Las cosas que se saben pero no se dicen. Las que se dicen pero no se creen. Las que se aceptan porque la hegemonía rampante del nacionalismo no se discute. Las que alguna vez se confiesan en voz muy baja, en la alta madrugada de oscuras tabernas escocesas de San Gervasio, tras cuatro pintas de cerveza Guinness bien negra con un dedo de rubia espuma espesa, cuando uno sabe que a la luz del día siguiente negará haberlo dicho y el otro sabe que nunca confesará haberlo oído.

Nada por la patria (8)


En Barcelona, lejos ya Benasque y el amor, el periodista, que por entonces ejercía como crítico de libros en La Vanguardia, se dedicó infructuosamente a buscar "Extranjeros en su país" por las librerías. Ninguna lo tenía. En Abacus, cooperativa vinculada a la organización de enseñantes socionacionalista -neologismo obligado porque si no sería nacionalsocialista- Rosa Sensat, donde vendían los libros con descuento, un dependiente le dijo con gran firmeza al interfecto (que lo traduce del catalán):
-Aquí eso no lo tenemos, ni lo queremos tener.
-¿Por qué? -preguntó el periodista con la dosis precisa de ingenuidad ficticia que se requiere para extraer algo más que un pinzamiento de labios de los siempre desconfiados nacionalistas catalanes sensateros (que no sensatos).
-A nuestro público no le interesan ess cosas.
¿Cómo podía aquel dependiente saber qué cosa era un libro que no había visto jamás, del cual no se había publicado recensión ninguna, que nadie había comentado en público? Los misterios del nacionalismo son insondables, pero sus boicoteos eficacísimos. ¿Cómo podía no interesar al público de una cooperativa de educadores catalanes una obra cuyo tema eran los problemas de los educadores en Cataluña?

Nada por la patria (7)


Ser españolista y estar censado en Cataluña significa no ya ser un catalán indeseable, un mal catalán o un ciudadano de segunda clase; significa algo peor: significa ser un no catalán, un cuerpo extraño, un tumor o un virus con el que los catalanes de verdad se ven obligados a convivir muy a su pesar. Lo explicaban muy bien, ya en 1978, Imma Tubella y Eduard Vinyamata en su "Diccionari del nacionalisme" (La Magrana), cuya definición de la voz "espanyolista" comienza así: "Todo aquel que es favorable a la integridad territorial del Estado español y que, consiguientemente, es contrario a las reivindicaciones nacionales de las naciones administradas por dicho estado."
¿Por qué merecen ser llamadas españolistas esas gentes con las que el narrador va a dare de bruces dentro de un instante y de las cuales ahora ya sabe que en su mayoría son de izquierdas y tienen un más o menos activo pasado antifranquista? Pues merecen el insulto supremo porque habiendo nacido en Cataluña o fuera de ella tienen como lengua materna el español o castellano, al igual que la mitad por lo bajo de los ciudadanos de esta Comunidad Autónoma. Esa peculiaridad, en sí o por sí sola, no sería necesariamente mala, como no es malo el judío que actúa como buen patriota francés, ni es malo ser negro si se tiene el propósito sincero de volverse blanco aunque sea poco a poco. Lo malo empieza cuando se afirma "Black is beatiful", cuando se pretende mantener la lengua materna castellana (cooficial en el territorio junto con la catalana) en todos los usos, incluidos por tanto los formales y los escolares. ¿No les basta con los periódicos, las radios, las televisiones, los bares, las discotecas, las calles, el mismísimo campo del Barça, los patios de los colegios? ¿Quieren encima el aula y las circulares del Ayuntamiento y la Generalitat?

Contra las patrias (6)


La opinión que me parece más sensata sobre esta cuestión nacional-patriótica tiene su adecuada expresión en este párrafo de Santayana: "El país de un hombre, en el sentido moderno del vocablo, es algo que nació ayer, que modifica constantemente sus límites y sus ideales, es algo que no puede perdurar eternamente. Es el producto de accidentes geográficos e históricos. Las diversidades entre nuestras diferentes naciones son irracionales. Cada una de ellas tiene el mismo derecho -o necesita tener el mismo dercho- a sus peculiaridades. Un hombre que sea justo y razonable desde hoy en día, en la medida en que se lo permita su imaginación, participar del patriotismo de los rivales y enemigos de su país, un patriotismo tan inevitable y conmovedor como el suyo. Como la nacionalidad es un accidente irracional, lo mismo que el sexo o el carácter orgánico, la lealtad de un hombre hacia su país debe ser condicional, por lo menos si es un filócofo. Su patriotismo tiene que subordinarse a la lealtad racional, a cosas como la humanidad y la justicia".

Contra las patrias (5)


Todas las almas tienen uno o varios puntos ciegos, zonas de espítitu que no responden a los estímulos simbólicos habituales. El patriotismo es el más notable de los rincones refractarios de la mía. No quiere decir esto que sea insensible al espectáculo de la lealtad, las banderas o a la gloria de los imperios. Todo lo contrario: cualquier cosa que exalta y tonifica al hombre me parece inmediatamente conmovedora. Tengo fácil la cuerda de la simpatía colectiva, sobre todo cuando se reviste de suntuosidad heroica. Puedo derramar lágrimas oyendo una marcha de gaitas escocesas o la Marsellesa, viendo en una película entonar la Internacional o contemplando la derrota de Rommel en el desierto africano: en Venecia, me entusiasmo con los orgullosos triunfos del León de San Marcos y soy capaz de compartir lo mismo el arrebato por los rascacielos neoyorquinos que la admiración por el tesón de los guerrilleros centroamericanos. Por decirlo de una vez, tengo todos los patriotismos, pero no uno solo, no uno al que pueda llamar mío. Siento las peculiaridades de mi tierra, pero también amo con versátil ingenuidad las de cualquier otra. Y, desde luego, detesto a los patriotas de oficio y beneficio, a los maniáticos unilaterales, a los profesionales de la glorificación de "lo de casa", a los que se pavonean ostentando un vino del terruño o el nombre célebre de uno de sus conciudadanos como si se tratara de una medalla ganada por virtud propia. Sólo quien nada vale por sí mismo puede creer que hay mérito en haber nacido en determinado lugar o bajo determinada bandera. Por otro lado, desde muy joven tuve a los nacionalismos por una grave desgracia colectiva, enemiga principal de la paz entre los países y de la emancipación de los individuos.

Contra las patrias (4)


Dijo Rainer Maria Rilke que "la única y auténtica patria del hombre es su infancia". Este libro va contra todas las patrias, pero permanece fiel a ésa que nos reveló el poeta. Y mi infancia es San Sebastián, Fuenterrabía, Pasajes, Lezo, la Guipúzcoa preciosa y oprimida por el franquismo de los años cincuenta. No tengo sangre vasca, salvo lo que pueda venirme por transfusión de un apellido Ecenarro más bien remoto. Mi madre es madrielña, y mi padre, granadino, fue notario de San Sebastián durante casi treinta años: ambos se consideraron incesante y jubilosamente donostiarras. Desde pequeño tuve ocasión de experimentar las paradojas persecutorias de la diferencia: en el colegio de San Sebastián solía ser objeto de benévolas burlas por mi dicción demasiado castellana (defecto agravado por mi pedante afición de lector procaz a las palabras rebuscadas), mientras que, cuando a los trece años me trasladé a Madrid, sufrí entre mis compañeros auténtica marginación y veniales linchamientos por mi acento demasiado vasco. Nada educa tanto como la frontera y el exilio... aunque se padezcan a la más modesta escala.