martes, 7 de mayo de 2013

Contra las patrias. (22)


Hubo cierta vez un país, llamado por unos "España" y por los técnico-cursis acomplejados "Estado español", que salió por fin de una vieja dictadura y soñó con hacer política en libertad. Pero todo quedó reducido al simple y mísero triángulo persecutorio. Aquí no hay más remedio que ser demócrata, golpista o terrorista. Pero lo malo no es este abreviamiento escandaloso de las posibilidades de opción, sino el que cada uno de esos tres papeles no tenga otro contenido que su exclusión de los otros dos. Así, por ejemplo, ser demócrata viene a consistir exclusivamente en no ser golpista ni terrorista, y nada más. ¡Qué pobreza! Como es obvio, dado que cada uno de los tres modelos políticos subsiste gracias a los otros dos, todos se repudian estentóreamente en público y se reclaman con complicidad inconfesable en privado. Por lo demás, su tarea estriba tan sólo en hostigarse. El terrorista azuza al demócrata para que ésie libere al golpista que lleva dentro, el golpista le zurra al demócrata porque le supone culpable de las fechorías del terrorista y el demócrata persigue al terrorista, mientras deseperadamente le hace señas disimuladas y le susurra, señalando con discreción al golpista: "¡Quieto, so bruto, que nos están mirando!".

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