jueves, 14 de marzo de 2013
Contra las patrias. (11)
La Nación no es una esencia platonizante ni una realidad histórica preexistente a la voluntad política de quienes la inventan,la organizan y, en muchas ocasiones, la imponen por la fuerza a los remisos. De aquí la frecuencia con que los mayores nacionalistas, los líderes teóricos o políticos de los movimientos de afirmación nacional, provienen de las zonas límítrifes del país en cuestión, de sus márgenes, incluso abiertamente de fuera de él. Es en los litigios fronterizos, allá donde nada está demasiado claro y se reivindican derechos contrapuestos, cuando la nación se autoinstituye con la fuerza de lo arbitrario, de lo que debe quedar definitivamente zanjado. Isaiah Berlin dedica una brillante página a este aspecto de la cuestión: "La visión que Napoleón tenía de Francia no era la de un francés; Gambetta llega de las fronteras del sur, Stalin fue georgiano, Hitler, austriaco, Kipling llegó de la India. De Valera era sólo medio irlandés, Rosemberg llegó de Estonia, Theodor Herlz y Jabotinsky, al igual que Trotsky, de los márgenes asimilados del mundo judío -todos ellos eran hombres de visión ardiente, ya fuera noble o degradada, idealista o pervertida, que había tenido su origen en heridas inflingidas a su "amour propre" y a su ofendida conciencia nacional, porque vivían cerca de las fronteras de la nación, donde la presión de otras sociedades, de civilizaciones extranjeras, era más fuerte-. Hugh Trevor-Roper precisamente ha advertido que los nacionalismos más fanáticos aparecen en centros donde las nacionalidades y culturas se mezclan, donde la fricción es más fuerte: por ejemplo, Viena, a la cual podrían añadirse las provincias bálticas que formaron a Herder, el independiente ducado de Saboya en que De Maitre, el padre del chovinismo francés, nació y creció, o Lorena, en el caso de Barrès o De Gaulle. Es en esas provincias remotas donde la visión ideal del pueblo o nación como debiera ser, como uno la ve con los ojos de la fe, cualesquiera que sean los hechos reales, se genera y crece fervientemente". ¿Habrá que añadir a esta contundente enumeración el nombre de nuestro arriscado teniente coronel Tejero, nacido en una de las provincias africanas españolas, o recordar que el nacionalismo vasco contemporáneo surge cuando la industrialización de Vizcaya atrae a trabajadores inmigrantes que rompen la homogeneidad cultural de la zona? La nación es el revistimiento mitológico de una ficción administrativa y se asienta precisamente en el desafío de dar por naturalmente fundada su convencional arbitrariedad.
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