Trocito de un artículo de David Trueba.
De entre todos los nacionalismos desbocados, esos que dedican el dinero de todos a la implantación de un imaginario sentimental y patriótico, el madrileño es el que más me asquea. Por una razón muy sencilla, soy de Madrid. Sé que hay otros lugares dedicados al ensalzamiento de lo propio, de vez en cuando leo críticas furibundas a los nacionalismos más separatistas por parte de los más fieles medios constitucionalistas, pero también hay nacionalismos no separatistas que cometen las mismas vilezas, la misma caprichosa exaltación, la misma fabricación de mitos y de fiel clientelismo. Así, la salud mental del ciudadano se va pervirtiendo con conceptos como patria, derecho de sangre, raza, cuando en realidad se persigue la pasta, el poder, la influencia.
Desde los tiempos antiguos, los más preclaros comentaristas cayeron en la cuenta de que el disfraz favorito del cínico siempre era la bandera del país. Detrás del populismo, la demagogia, del rejón dialéctico más eficaz, siempre hay un cínico con la garra de lobo blanqueada de harina. Y, por supuesto, los corderitos deseando dejarse comer.
jueves, 22 de enero de 2009
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