martes, 13 de octubre de 2009
Centro
Sabino Méndez, en La Razón.
Hay escritores a los que todos hemos estudiado en el colegio, admirado su sabiduría, reconocido su autoridad moral y nunca más hemos vuelto a leer en la vida. Uno de esos escritores es Mariano José de Larra, de quien esta semana precisamente se cumplieron doscientos años de su nacimiento. Cuando empezaron a encargarme artículos, con una inseguridad absoluta ante un género (el columnismo) que desconocía por completo, lo primero que hice fue buscar ayuda y ejemplo en otros escritores. ¿A quién recurrí? A Cicerón y Larra, por supuesto. Fue un festín delicioso. Descubrí que ambos conservaban una modernidad envidiable porque hablaban de pasiones y errores humanos y esos siguen inmutables desde Homero. El mundo es muy antiguo y el hombre muy viejo.
Pero Larra, además, buscaba siempre el punto de vista del hombre sensato; aquel que piensa que hasta el asunto más endiablado puede solucionarse debatiendo, sin llegar a las manos. Leyéndolo se aprende muchísimo. Uno ve que Larra habría estado muy cómodo hoy en día entre aquellos que en la globalización no ven una amenaza sino la posibilidad de una globalización de lo razonable.
Hoy, cuando un mejor reparto de la riqueza empieza a ser técnicamente posible, Larra hubiera tenido un trabajo más estimulante ante él. Como muestra en sus artículos, hubiera estado a favor del uso rectilíneo del significado de las palabras y hubiera preferido la palabra aborto en lugar del aséptico eufemismo que supone «interrupción del embarazo». Pero, usando ese mismo criterio, también hubiera preferido llamarle feto al feto. Así se habría enfrentado a los terribles problemas de la vida y la naturaleza con ponderación, sin ser un enfático gesticulante o un drástico. O sea, un tipo centrado.
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