sábado, 15 de agosto de 2009
La culpa fue del chachachá.
José María Sanz, "Loquillo", en El Periódico de Catalunya.
“Me miro en el espejo y soy feliz, y no pienso nunca en nadie más que en mí». Así fue como Parálisis Permanente se presentó al mundo. Su himno a la independencia moral se llamó Autosuficiencia, y eso fuimos nosotros: individualistas, transgresores, hedonistas y algo peor: gente sin compromiso político aparente. Los hippies y sus aquelarres nos parecían el horror; el nacionalismo, el terror, y las discusiones de maoístas y trotskistas, un coñazo. Para nosotros, la vida urbana, cosmopolita, llena de tentaciones y nocturnidad, era el mundo. El país vivía entre ruido de sables y el terrorismo de ETA. El mundo, la crisis del petróleo. Así que nos dedicamos a vivir con intensidad suicida. No confiábamos en el futuro: nadie nos había dicho que lo tuviéramos.
Pese a que las cartas estaban marcadas, nos subimos al escenario. Fuimos la primera generación que, a través del pop, el rock o el punk, escribió sin censuras, reflejando su realidad. Jamás pensamos en acceder al poder ni influir en él. Para eso ya estaban algunos que con el tiempo han conseguido ser arte y parte. Tampoco nos hubieran dejado: el poder es para ellos solos, los del compromiso. Nosotros solo somos los chicos de los 80.
No importaba el día siguiente. Aun así, algunos logramos destacar, pese a que los medios seguían mostrando una España o casposa o vestida de pana. Conectamos con un público que sentía que nuestras canciones eran el reflejo de sus miedos y desesperanzas. Los guardianes de la moral social y política respondieron. Ellos, tan comprometidos con el negocio de la democracia, nos vieron como su némesis.
Ahora, tras la muerte de Antonio Vega, vuelven a darnos lecciones de moral, y nos dedican artículos que jamás escribieron cuando eran necesarios. Con la milonga de que estos chicos de la movida solo sabían ponerse hasta el culo y fueron víctimas de su tiempo, sacan nuestras miserias a pasear, sin contar ni uno de nuestros logros, para poder decir que aquí no ha pasado nada, que la dictadura de lo políticamente correcto ha conquistado sus últimos objetivos y que la movida fue un arrebato de esa España en construcción. Su legado artístico y la generación que creció con él y que hoy paga la crisis, como entonces, les importan una mierda.
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