Hay profesores y hay maestros, en un momento de mi vida me encontré con alguien que "enseñaba" con todo lo que esa palabra supone. Con él aprendí Historia Medieval, pero aprendí mucho más. Me acuerdo cuando nos explicaba que los vikingos practicaban la "economía del pillaje", es decir robarse los unos a los otros, pero manteniendo un equilibrio. O cuando explicaba que en la historia los problemas hacen una parábola y que o se solucionan o se vuelven a repetir...consejos de un historiador, válidos para la política.
Es un placer, para mí, invitaros a leer la entrevista que ha hecho La Razón, a mi "maestro", José Enrique Ruiz-Domènec.
José Enrique Ruiz-Domènec ¿ Catedrático de Historia Medieval Mil páginas sin notas ni gráficos, y, sin embargo, es quizá la historia de España más accesible, narrativa y amena de cuantas se han escrito: «España, una nueva historia» (Gredos) es la obra culminante del catedrático José Enrique Ruiz-Domènec, uno de los historiadores más brillantes de la depauperada universidad española. Su dominio de la anécdota le sirve para analizar nuestro devenir desde el factor humano, de la romanización a los cafés literarios, a lo largo de dos mil años tragicómicos.
-¿Contar la historia de España? ¡Se ha vuelto loco! -Parece una osadía, sí, y más si el libro va desde 211 a. C. hasta 1939. Hasta hoy flota en el ambiente la pregunta «¿qué es España?», cuando ahora es más pertinente preguntarse: «¿Dónde está España?». -Habla de la vida cotidiana, de la cultura... -Cuando contamos microrrelatos, entendemos mejor el macrorrelato. He escrito este libro como un novelista. Me enseñó a hacerlo mi maestro, George Duby. Es la primera historia de España hecha desde el prisma de la Nueva Historia. -Difícil tarea: no es usted un hispanista inglés. -Sí, da la sensación de que para escribir historia de España debes tener un apellido exótico o hacerlo desde el exilio. Pero si eres un catedrático español que va por libre, como yo, es más difícil que se acepte tu obra. De momento, ya me han acusado de escribir un libro demasiado tolerante. -Antes se hablaba mucho de los males de España. ¿Usted qué dice? -Uno de nuestros males eternos es que, cuando hay que elegir entre dos caminos, España elige siempre el equivocado. Así, nuestra historia es una historia de comienzos: se empieza desde el principio, negando lo anterior, rechazándolo. -No es fácil heredar 40 años de dictadura. -Cierto, pero los 60 y 70 cambiaron tanto este país que ya no podemos pretender volver a los tiempos de la República. -Entonces, ¿le parece que reivindiquemos el desarrollismo? -Fue una solución equivocada. Pero España se transformó inevitablemente, casi sin pretenderlo, como pasa ahora en China. Los cambios han sido enormes: hemos pasado de carreteras mugrientas a tener trenes de alta velocidad. La gente ha cambiado el 600 por el BMW. -Si somos tan ricos, ¿de dónde viene la sensación de deriva? -El país ha engordado mucho, pero su capacidad intelectual ha disminuido. En el momento de nuestro máximo crecimiento económico nos hemos olvidado de potenciar la cultura. Se ve claramente en la universidad: han triunfado los incompetentes, los mandarines... -¿Cuándo comenzó esa deriva? -Posiblemente, en el tránsito entre el primer y el segundo gobierno Aznar. En esa época, la clase política quebró. La derecha se deshizo del tono moderno y europeo adquirido. La izquierda no evolucionó. -¿Y qué pasó en la enseñanza? -Que no se hicieron las reformas adecuadas. Los chicos que están en la universidad son las víctimas de esa parálisis. Llegan a las aulas con un planteamiento emocional. -¿Mande? -Si pregunta a mis alumnos, sabrán contarle todos los dramas de sus futbolistas o cantantes preferidos. Pero, ¡ay!, si les pregunta por la historia de su país... -Nada nuevo bajo el sol. -¡En efecto! El siglo XVI y el siglo XX españoles se parecen mucho: hay una eclosión de mala literatura contra la que Cervantes ya advirtió en El Quijote. Ya lo dijo él: si la novela domina el espectro cultural de un país, ese país ha llegado a su final. Y es lo que ocurre en España: no se potencia el ensayo; las librerías están llenas de «best sellers» espantosos. -¿Entonces, el mal de España es el quijotismo? -Sí, y el triunfo de esa emocionalidad. Ya no hay libros de caballerías, pero sí MySpace con sus chascarrillos. Y a algunos les conviene que así sea: una sociedad sin espíritu crítico es más manejable.
domingo, 23 de agosto de 2009
sábado, 22 de agosto de 2009
Lo que dicen y lo que quieren decir de verdad.
Cuando dicen: " Estáis obsesionados con la lengua", en realidad quieren decir: "Esto es lo que hay y sólo os queda tragar".
sábado, 15 de agosto de 2009
La culpa fue del chachachá.
José María Sanz, "Loquillo", en El Periódico de Catalunya.
“Me miro en el espejo y soy feliz, y no pienso nunca en nadie más que en mí». Así fue como Parálisis Permanente se presentó al mundo. Su himno a la independencia moral se llamó Autosuficiencia, y eso fuimos nosotros: individualistas, transgresores, hedonistas y algo peor: gente sin compromiso político aparente. Los hippies y sus aquelarres nos parecían el horror; el nacionalismo, el terror, y las discusiones de maoístas y trotskistas, un coñazo. Para nosotros, la vida urbana, cosmopolita, llena de tentaciones y nocturnidad, era el mundo. El país vivía entre ruido de sables y el terrorismo de ETA. El mundo, la crisis del petróleo. Así que nos dedicamos a vivir con intensidad suicida. No confiábamos en el futuro: nadie nos había dicho que lo tuviéramos.
Pese a que las cartas estaban marcadas, nos subimos al escenario. Fuimos la primera generación que, a través del pop, el rock o el punk, escribió sin censuras, reflejando su realidad. Jamás pensamos en acceder al poder ni influir en él. Para eso ya estaban algunos que con el tiempo han conseguido ser arte y parte. Tampoco nos hubieran dejado: el poder es para ellos solos, los del compromiso. Nosotros solo somos los chicos de los 80.
No importaba el día siguiente. Aun así, algunos logramos destacar, pese a que los medios seguían mostrando una España o casposa o vestida de pana. Conectamos con un público que sentía que nuestras canciones eran el reflejo de sus miedos y desesperanzas. Los guardianes de la moral social y política respondieron. Ellos, tan comprometidos con el negocio de la democracia, nos vieron como su némesis.
Ahora, tras la muerte de Antonio Vega, vuelven a darnos lecciones de moral, y nos dedican artículos que jamás escribieron cuando eran necesarios. Con la milonga de que estos chicos de la movida solo sabían ponerse hasta el culo y fueron víctimas de su tiempo, sacan nuestras miserias a pasear, sin contar ni uno de nuestros logros, para poder decir que aquí no ha pasado nada, que la dictadura de lo políticamente correcto ha conquistado sus últimos objetivos y que la movida fue un arrebato de esa España en construcción. Su legado artístico y la generación que creció con él y que hoy paga la crisis, como entonces, les importan una mierda.
jueves, 13 de agosto de 2009
domingo, 9 de agosto de 2009
domingo, 2 de agosto de 2009
sábado, 1 de agosto de 2009
John Stuart Mill
Celtadáneos
Sabino Méndez en La Razón.
En estas últimas columnas escritas desde Galicia hablábamos de lo ágil y rápidamente que se han desdicho los gallegos del proyecto nacionalista al comprobar sus resultados. Si la velocidad de enmienda es una característica de los proyectos modernos, podemos decir, a la vista de los hechos, que la modernización definitiva de Galicia avanza de una manera irreversible. Han hecho la prueba del nacionalismo y no les ha convencido. ¿Cuál es el efecto de ese fracaso en los propios nacionalistas? La sociedad les ha dicho que no contaba con ellos para ser gobernada y que no convence su parafernalia de banderas. España, a pesar de ello, no cambiará, básicamente porque ya sabemos que la interesada promoción de un malintencionado conflicto entre regiones es la forma moderna del caciquismo de antaño. Y sabemos también que siempre seguirá ahí, aunque sea en minoría, porque muchos nacionalistas regionales dependen de ese sueldo reivindicativo para llevar el pan a sus casas. ¿Cómo han reaccionado pues esos hiperpatriotas? Dado que, en el otoño de sus vidas y habiendo sufrido los habituales maltratos de la existencia, los humanos tienden a confundir los crepúsculos estrictamente personales con crepúsculos de la sociedad, uno se temía que empezaran a amenazar con futuros agoreros y generales abismos tal como hace el lendakari Iberrinche. Alguno lo ha intentado, pero, en general, al darse cuenta de su triste condición moral de reivindicador profesional, ha preferido renunciar. ¿Por qué? Pues porque en este momento del país, el conflicto general ya no se encuentra entre derechas e izquierdas, entre centralistas y regionalistas o entre PP y PSOE. En todas las instituciones la lucha interior está por fin en un lugar definitivo y claro: entre el sentido de la constructividad honesta y el de la esterilidad oportunista y gesticulante.
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