sábado, 18 de abril de 2009
La sangría.
Carlos Herrera en ABC:
En diciembre sólo nos ganó Letonia. Por poco, pero nos ganó. Sin embargo, en cifras totales España vuelve a ser el país que más parados aporta al censo de desempleados de la Unión Europea. 2008 ha sido el año del millón. Del millón de parados, de los cuales unos 200.000 son extranjeros -el gobierno confía en que los foráneos que no tengan trabajo se marchen a sus países de origen o a otros países en mejor situación-. Hemos sobrepasado, como se venía temiendo, el límite de los tres millones, un 13,4 por ciento: ¿qué pasará cuando se alcancen los cuatro y el déficit se dispare hasta el 6 por ciento? El gobierno cree que nada grave.
Todos los datos subrayan lo alarmante de la situación económica y el panorama delicado al que se enfrenta España: el paro en 2007 tan sólo subió en torno a las 100.000 personas y ya advierte Maravillas Rojo, experimentada profesional y Secretaria General de Empleo, que el 2009 será un año de incremento negativo. Si el crecimiento es parejo al deterioro podemos estar ante un panorama enormemente preocupante. La construcción, primer sector resentido por la crisis, ha seguido aportando parados, y advierten los expertos que en cuanto queden concluidas las obras en marcha la sangría será aún más severa: no se vende un piso y no hay planes de construir demasiados. El sector servicios, el que vive de los que tienen empleo y consumen, empieza a resentirse y la gran industria empieza a enseñar la patita. Se salva el campo, pero por los pelos y porque ya no puede perder más. ¿Qué hacer?
La competitividad de la economía española se ha ido, literalmente, de paseo por el sótano. Al carajo, si me permiten la ordinariez. Por ello resulta muy dudoso que el sector exterior pueda sustituir la demanda interna, esa que se ha visto recortada por culpa del descenso de las rentas familiares. Hay parados, hay menos dinero, se compran menos cosas, y así se envicia todo. Al no haber moneda que devaluar poco pueden jugar los gobiernos con un arma que en su día era más o menos efectiva, con lo que sólo queda apechugar con un sistema caracterizado por su poca productividad y su retraso tecnológico.
Entretanto, el gasto público sube. Posiblemente porque no hay más remedio, pero sube. Sabemos que el gobierno ingresa menos por las rentas del trabajo y, en cambio, debe gastar más en subsidios de desempleo y coberturas varias en la que, ni por asomo, piensa flaquear, con lo que cualquier cabeza medianamente ordenada en economía doméstica sabe que si no vendemos fuera, no consumimos dentro, no recaudamos y sí subsidiamos -la Seguridad Social ha visto caer en más de 800.000 su número de afiliados- llegará un momento en el que la caja empezará a sentir una inconsolable orfandad. De las arcas públicas ha salido dinero -que se supone habrá de ser devuelto- para sanear una banca en apuros y para que ésta cumpla con su función social de alimentar la economía con créditos y financiación varia, pero hasta ahora se han hecho los longuis y no sueltan ni un duro. Y el dinero, más dinero, que se cede a los ayuntamientos para excitar creación de empleo local corre el peligro de extinguirse demasiado pronto aliviando simplemente la fiebre pero no la infección.
El optimismo es necesario, está claro, pero por sí sólo puede transformarse en un peligroso generador de espejismos. A estas alturas consuela poco saber que el gobierno considera que quienes están decadentemente mal son países como Italia o Alemania, país este último con ochenta millones de personas pero con veinte millones de pensionistas. O se transmite a la sociedad que ni un solo euro es despilfarrado absurda y alegremente o ésta va a empezar a creer que la culpa de lo que está pasando no la tiene uno más de los muchos ciclos de la economía, sino que es responsabilidad de Rodríguez Zapatero y sus muchachos. Y muchachas. No conozco al dedillo las cuentas del Estado y creo que ni siquiera con un par de tardes podría ponerme al día, pero me cuesta creer que haya para la banca, para el cheque bebé, para los ayuntamientos, para los pensionistas, para los parados y ahora, además, para aumentar la financiación de las Comunidades Autónomas, a las que se les ha prometido, a todas, más pasta.
Y ojo porque las centrales sindicales es cierto que no se suelen movilizar por situaciones económicas concretas, sino por conductas políticas. Pero convendrá el presidente que si algún día no puede hacer frente a todas sus promesas se los acabará encontrando en la calle, y tengo la sensación de que no está anímicamente preparado para una huelga general.
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