miércoles, 11 de noviembre de 2009

Censo lingüístico


Jesús Royo en La Voz Libre.




Cuando se hace un censo, igual nos creemos que las preguntas son inocentes. No. Sobre todo, en el apartado referente a la lengua, detrás de las preguntas que se hacen hay todo un consenso político laborioso. Por parte del nacionalismo gloriosamente reinante, hay un auténtico oscurantismo militante. No quieren saber, no quieren que se sepa, no permiten que los ciudadanos declaren cuál es su lengua materna, la lengua que hablan en casa. En vez de esto, se pregunta “¿entiende el catalán?” Y claro, la gente contesta como si fuese un examen para aprobar. También debe haber quien lo entiende perfectamente y contesta que no para fastidiar.

En las hojas de matrícula escolar se pregunta “¿cuál es su lengua habitual?” Claro que, en el contexto de la escuela, declararse castellanohablante tiene un cierto grado de insumisión. Además, si toda la escuela es en catalán, es probable que el alumno castellanohablante considere que el catalán es su 'lengua habitual'. Entonces, la pregunta es ociosa... Sólo hay que imaginarse qué habría pasado si en la escuela franquista se hubiese hecho esta indagación: ¿cuántos catalanohablantes habrían declarado 'castellano' como 'lengua habitual'? ¿Y por qué?

En el impreso de matrícula de la 'Pompeu' (la Universidad Pompeu Fabra), se pregunta “cuál crees que debe ser la lengua docente: catalán/castellano/otras”. El detalle sutil está en el artículo 'la' y en que no aparece ninguna casilla para 'las dos'.

Puede parecer manicomial, pero es cierto. Yo mismo lo he visto en un congreso científico. Una personalidad de bastante prestigio académico razonaba que de ninguna manera se tenía que permitir que se preguntase a los ciudadanos sobre su lengua materna. Su explicación era muy 'pedagógica': eso sería como preguntar a un niño “¿a quién quieres más, a papá o a mamá?”. Sería cruel para el niño, porque se encuentra ante el dilema de escoger entre dos amores, inclinarse por uno de los dos, definirse. A lo mejor el ciudadano nunca había pensado que era castellanohablante. ¿Por qué tenemos que hacer que se defina, si eso le comporta una incomodidad o una pérdida de expectativas laborales o simplemente sentirse alejado de sus vecinos y amigos? Y sobre todo, el gran argumento era que, si se preguntase eso en un censo, nos estaríamos jugando todo el 'hecho nacional' a una carta...

Eso es intelectualmente perverso y políticamente denigrante. Los ciudadanos no somos niños, ¡por favor! Reivindiquemos un censo lingüístico. Y sobre números y mapas, que se presenten propuestas transparentes de gobierno. Y que se voten. Desdichado país, en el que hay que reivindicar las cosas evidentes.

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